Eran las cinco y media de la tarde. Sumido en un aburrimiento extremo subí a mi coche y dejé que éste me llevará donde quisiera. No mucho tiempo después aparecí en Calañas. Decidí buscar algún reportaje diferente para el periódico, algo que contar y que mereciera la pena. Y sí, lo encontré.
El destino me llevó a conocer a Lorenzo Barranco, un hombre de 89 años que nunca jugó en el equipo de su pueblo pero que durante más de 30 años -los que tiene la historia más reciente del club- nunca faltó uno como socio. Desde hace dos años, ya sin familia, sus piernas no le permiten ir a ver a lo que tanto defendió durante su vida, pero siempre pregunta los resultados del equipo cuando llega el domingo.
Me impactó la agilidad física y mental que tenía Lorenzo. Apoyado en su bastón bajó las escaleras desde las habitaciones de la residencia de ancianos en la que vive hasta el hall de entrada. Se presentó con suma educación y se apresuró a sentarse junto a mí y al presidente actual del club para repasar sus años como directivo y aficionado y contar mil historias.
Durante uno momentos me retrotaje en el tiempo y me acordé de Alfonso Balao. Ésa fue la entrevista más dura que he tenido que hacer en mis años como profesional. Balao había jugado en el Recreativo de Huelva y un familiar suyo se puso en contacto conmigo para ver qué posibilidad había de hacerle una entrevista. Era su yerno. Me contó que le habían detectado una enfermedad terminal aunque no le habían comunicado nada, por lo que me pidió el favor de que saliera en el periódico como un último homenaje. ¿Cómo negarme?
Aún recuerdo la casa de Alfonso al detalle. Sentado en su sillón, me esperaba impaciente. Me enseñó multitud de fotografías de su etapa en el Recre, de sus años como jugador y de su actual mujer, que conoció gracias a su fichaje por el Decano. La entrevista iba por las derroteros normales entre anécdotas hasta que llegó la fatídica pregunta que me hizo Alfonso. "Con la de gente que ha jugado en el Recre, ¿por qué has decidido entrevistarme a mí?, ¿qué tengo yo que contar?". Durante unos segundos no supe qué contestar. Yo conocía su estado y tuve que decirle una mentira que aún me sacude la cabeza. ¿Podría acaso decirle la verdad? Fue duro, muy duro.
Ayer en Calañas reviví ese momento. Espero que Lorenzo dure muchos años más, aunque el no tiene mucha fe al respecto. En 30 años como socio, el campo de fútbol del Calañas es casi el mismo. Vive estancado en los 70. Por eso, cuando le pregunté si vería alguna vez el campo de fútbol con césped me dijo. "Yo no. Soy muy viejo. No me queda mucho tiempo aquí". Por la mente me pasaron miles de cosas, y me acordé de Alfonso Balao, si bien es cierto que lo dijo con una naturalidad que heló hasta mis sentidos.
Después de contarme cómo se emocionó el día que lo hicieron socio de honor y acudió con su lento caminar y entre lágrimas al centro del campo de fútbol a recoger su carnet, decidimos acabar la entrevista. Con la ilusión de un niño había recordado cosas que jamás pensó que iba a contar de nuevo. Lo sé porque el brillo de sus ojos me lo decía. Con dificultad se levantó, volvió a despedirse con exquisita educación y subió las escaleras, apoyado en su bastón, quizás pensado que había merecido la pena.