El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española señala en una de sus acepciones que la ‘falta de respeto’ consiste en tratar de forma desconsiderada a alguien. De eso se quejan muchos entrenadores, de la desconsideración que el colectivo arbitral tiene hacia ellos. Durante gran parte de la temporada, los árbitros son los únicos responsables de los malos resultados en una nueva muestra de incapacidad de los entrenadores por mirarse al ombligo y reconocer sus propios errores.
Coincido en que algunas veces, sólo algunas veces, los arbitrajes no son como deberían ser, aunque no creo que sean premeditados.
La palabra respeto también significa miedo o temor que te produce algo. Eso ocurre en muchos clubes. Llegan a los partidos más pendientes de la posible falta de acierto en el arbitraje que de una táctica convincente para frenar al rival. Miedo a que la crisis que azota al baloncesto acabe con los equipos más débiles y mande al traste el trabajo de una temporada.
Lo que está claro que no queda en muchos equipos es la tercera de las acepciones de la palabra respeto. Consideración, acompañada de cierta sumisión, con que se trata a una persona o cosa por alguna cualidad. Eso muchos equipos lo perdieron hace tiempo y se lo perdieron a sí mismos.
Y aunque no lo parezca, para empezar a pedir más respeto por parte del colectivo arbitral hay que comenzar por respetarse a sí mismo, aunque sea un poco. Pero si dentro del propio vestuario o del propio club, ese respeto no existe, es imposible que nadie pueda pedirlo a nadie de fuera.
Los únicos que dan y exigen respeto –aunque tampoco en muchos casos- es la afición. El grupo irreductible de fieles que semana tras semana acude al pabellón a apoyar a su equipo sin importarle el resultado. Miran que los objetivos de seguir disfrutando del baloncesto se cumplan y ansían ver a su equipo creciendo con el paso de los años. Actitudes así sí que merecen todo el respeto.