jueves, 20 de enero de 2011

Mi primer gran maestro


Era 1986. Yo aún no levantaba dos palmos del suelo y cursaba segundo de la extinta EGB –cómo hemos cambiado-. Con sólo seis años comienzas a fijarte en los mayores para marcártelos como estereotipos que quieres imitar en un futuro. Durante mis primeros años en el Colegio Público Alcalde Juan José Rebollo lo tuve claro, quería ser como Francisco Chico, Don Chico. Era un crack y seguramente lo sigue siendo.

Se convirtió en mi ídolo de infancia por todo lo que representaba. Se ponía serio cuando había que ponerse –tizas incluidas- y demostraba un sentido de humor sutil cuando la situación lo requería. Era el más querido de todos los maestros del colegio y eso denota su calidad humana. Y quiero que aparezca en mi primer libro, porque fue el precursor de mi amor por el baloncesto. En aquellos años en los que comencé a jugar -que no a competir- a este deporte, Don Chico siempre mostraba esa pizca de genialidad –sí, sí, es un genio- que no todos los maestros tienen y eso hizo que me decantara por el baloncesto.

Paco siempre tuvo un don que no era otro que el respeto. A veces, hasta se transformaba en un miedo respetuoso. Alguna que otra vez, cuando era pequeño, venía a mi casa a hablar con mis padres y yo, para no verlo me escondía debajo de la cama. He tenido muchos maestros y profesores a lo largo de mis 28 años, pero no he respetado tanto a ninguna persona ajena a mi familia como a él y a mi otro gran maestro, otro Paco, este Martín (D.E.P.).

Con el paso de los años se adquiere una madurez que te hace ver las cosas de otra manera, con otra perspectiva mucho más centrada. He visto a Don Chico varias veces más en vida y nunca le he dicho que él ha sido uno de los espejos en los que me he mirado siempre y quizás ha sido por el respeto que le profeso. Aún ahora, después de más 20 años es una de las personas que admiro por hacer que me picara el gusanillo por el baloncesto.

ERES GRANDE, Chico.