jueves, 13 de enero de 2011

Querido Dios


Han pasado varios años y aún creo que fuiste realmente injusto tanto con él como con nosotros. Nos arrebataste a uno de los más grandes. No sólo por su físico sino por su corazón. Era algo más que un amigo. Él fue una de las pocas personas de las que aprendí que el ‘flooping’ es un arte y me enseñó además, que lo importante es participar, pero ganar es lo que cuenta.

Aún recuerdo algunas tardes en las pistas del colegio nacional en las que pasábamos las horas muertas compitiendo a ver quién era capaz de anotar más triples. Casi siempre ganaba él, porque era –y seguro que esté de donde esté lo seguirá siendo- el mejor.

Lo vi pelearse con un rival, ganar partidos sin meter puntos y dominar como nadie este noble juego. Tuve mis más y mis menos con él durante algunos partidos de veranos, porque a los que somos ganadores nada nunca nos gusta perder. Sin embargo yo perdí cuando tú decidiste que ya no querías que jugara más a baloncesto. ¿Por qué? Aún recuerdo el día que supe la noticia de su marcha. No me lo podía creer y todavía hoy me cuesta entender por qué. Cinco años han pasado y ahora pienso que la vida es la forma más cruel de morir.

Su marcha nos dejó huérfanos en todos los sentidos. Casi no le dio tiempo a disfrutar del pabellón en el que ahora se disputa el Memorial Tomás Sánchez. Seguro que él nunca quiso que un torneo memorial llevara su nombre pero era lo menos que podíamos hacer. El número 15 del San Juan nunca fue tan bien llevado por nadie en su camiseta como él. Ése día, el de su marcha fue el peor recuerdo que mantengo ligado al baloncesto, porque tú, Dios, no le dejaste –ni nos dejaste- una última oportunidad porque habías decidido que su tiempo se había acabado. Te odio.